“La calle Mozart”

Veu: Víctor Velasco


A unos pasos de este lugar se encuentra el principio de la calle Mozart. Es la más empinada de todas las del barrio y remonta la colina desde Fondo hasta Lloreda. La forman hileras de edificios desiguales donde las porterías están desencajadas y permanecen abiertas todo el rato. Terrazas con palomares, ventanas tapadas con cartones, escaleras llenas de mugre que huelen a humedad. De entre la oscuridad de los pasillos se distingue la pintura desconchada de las paredes y los peldaños mellados. Han dejado en medio de la entrada un montón de trastos, un carrito de bebé destartalado, manillares de bicicletas trabados en las barandillas. En las paredes los niños apuntan sus nombres con tiza y los jóvenes hacen pintadas en árabe donde lo único que se ve en alfabeto latino es un viva a Gaza y otro viva a Usama Benladen. Hace poco reventó una tubería de aguas fecales en un bar de esta calle. El dueño hizo una regata con serrín para guiar el agua desde los lavabos hasta el sumidero de la acera. Era sábado y el agua del váter estuvo paseándose por la calle todo el fin de semana. Nadie protestaba por el penetrante olor a mierda. La gente arrugaba la nariz al pasar y ponía cara de asco, pero se resignaba. No es distinta la dignidad del que protesta que la dignidad de quien se resigna. La calle Mozart, más estrecha que ancha, atraviesa la frontera entre Badalona y Santa Coloma, y al principio tiene una acera en cada municipio. En los bares de una acera los moros adultos, vestidos con sus americanas viejas, juegan al parchís, y los moros jóvenes, vestidos de vaqueros y sudadera, se reúnen a la puerta y fuman kifi, y enfrente en los bares de la otra acera los descendientes de la emigración interior beben botellines de cerveza, en chándal y sin afeitar, y también fuman kifi. Por la parte baja de la calle, hay un centro rociero que los domingos levanta su persiana metálica a la hora del vermut, y del que salen olés y palmoteos y niños obsoletos de camisa a rayas y cordón y medalla. Paredaña está una sede del Sindicat Liberal Obrer de Catalunya, fundado por emigrantes norteafricanos y latinos. En un garaje, varias porterías más arriba, se sienta un hombre con una cazadora forrada de papel de aluminio y se pone a oír canciones de Madonna mientras va bebiendo latas de Voll-Damm. A todo el que pasa le dice el título de la canción. Hung Up, tío, Hung Up, ring-ring-ring, se-o-yel-te-le-fón. Y la melodia del sampler de Abba se va de la canción y parece que vaya a redimir todo lo que ocurre en esta calle. Ahora me dará rabia que no me hubiese gustado Madonna de chaval. Ahora, que lo que se lleva es Lady Gaga, y Madonna y yo ya somos dos carcamales que se ponen como motos cuando suena una buena canción de los setenta. El tipo de la lata de cerveza también lo es, un carcamal, una carroza de la cabalgata pop. Debemos de tener la misma edad él y yo, y quizá por eso sentimos igual. Nos sentimos a salvo cuando la música empieza. Pero lo que en esta canción me une verdaderamente a Madonna y al tipo es la simpatía por Abba, por sus cabellos rubios y sus ropas blancas, de un blanco de la odisea en el espacio dos mil uno. Diabólica simpatía por esa música de elois para que la bailen los morlocks.

Suben por la calle Mozart unas mujeres latinas, gordas y obsequiosas, que andan despechugadas para enseñarle el nuevo continente a quien pase cerca de ellas. Los barberos negros abren peluquerías afro y ponen en las cristaleras fotos de modelos blancos. En la carnicería halal, es decir, que vende carne de animales sacrificados conforme manda el Corán, un argelino despacha y guardan turno mujeres de abrigo largo, pantalones anchos, pañuelo cubriéndoles el pelo y monedero bolso desplegable. Se amontonan los súper de los indios y de los bangladesíes, abigarrados y coloridos, y los locutorios de los paquis y de los latinos con anuncios de tarifas y de envíos de dinero y con mostradores oscuros y relojes que dan todas las horas del mundo y le recuerdan a quien entra que pertenecemos a todas las horas del mundo

Javier Pérez Andújar, Paseos con mi madre, Barcelona: Tusquets Editores, 2011, p. 76.

Calle Mozart